Consagración a la Divina Misericordia: Día 17

DÍA 17
EL LLAMADO A LA MISERICORDIA
Tú eres mi Dios, en Tí confío

 

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Hacemos un breve silencio para ponernos en la presencia de Dios e implorar la asistencia y luz del Espíritu Santo.

ORACIÓN DE SANTA FAUSTINA

“Oh Jesús, escondido en el Santísimo Sacramento, mi único Amor y Misericordia, te encomiendo todas las necesidades de mi alma y de mi cuerpo. Tú puedes ayudarme porque eres la Misericordia misma; en Ti pongo toda mi esperanza.”

CITA

Queremos seguir sus huellas pero sabemos que no es fácil. Sabemos lo que significa ser seducidos por el dinero, la fama y el poder. Por eso, la Iglesia nos regala este tiempo, nos invita a la conversión con una sola certeza: Él nos está esperando y quiere sanar nuestros corazones de todo lo que degrada, degradándose o degradando a otros. Es el Dios que tiene un nombre: misericordia. Su nombre es nuestra riqueza, su nombre es nuestra fama, su nombre es nuestro poder y en su nombre una vez más volvemos a decir con el salmo: “Tú eres mi Dios, y en Ti confío”. ¿Se animan a repetirlo juntos tres veces? “Tú eres mi Dios, y en Ti confío”. “Tú eres mi Dios, y en Ti confío”. “Tú eres mi Dios, y en Ti confío”.
Papa Francisco. Homilía en Ecatepec. 14 febrero 2016

REFLEXIÓN

Vivir en el mundo sin ser del mundo no es una empresa fácil. Como cristianos, tenemos un credo distinto de lo que hoy se reconoce como importante o verdadero. Continuamente debemos hacer un acto de fe y de confianza para recordar que sólo Dios es capaz de llenar el hueco permanente de nuestro corazón. Todos los satisfactores materiales o de fama y opinión, son pasajeros y no saciarán nuestra sed de ser amados; como bien decía San Agustín: “nuestro corazón permanecerá inquieto hasta que descanse en Dios.”

Padre bueno, siento que navego contra corriente y además descubro que casi siempre remo solo. Esto me duele y me cansa. Acude en mi auxilio y no me dejes olvidar que Jesús es el que duerme en mi barca. Dame la gracia de confiar incondicionalmente en Él, con la certeza de que llegaré a puerto seguro.

PROPÓSITO

Haré un balance de los bienes que tengo, todas las cosas que poseo y no me son estrictamente necesarias. Daré gracias a Dios por ellas con el firme propósito de hacer buen uso de ellas; no depositar mi felicidad en su posesión, desprenderme de todo sentimiento de ambición o avaricia por tener más; y en la medida de lo posible, disponer de ellas para el bien de mis hermanos.

ORACIÓN FINAL

Tú me abres Señor una puerta
y llenas de luz mi esperanza gastada.
Tú me cargas en tus hombros
y sostienes mi fe cansada.

Me recuerdas con ternura mis miserias
con tu mano tendida que acaricia.
Y repites a mi alma:
“Dame lo mío y toma lo tuyo.”

¿Qué es lo tuyo Señor?
¿Por qué tengo miedo de este intercambio?

Tú has venido a cargar mis miserias y sólo me pides que abra mi puerta.

Entras contento como un buen ladrón
me robas los miedos, rencores y dudas
y con tu huella profunda
me marcas dejando una estela de paz infinita.

Tu misericordia me levanta.
Tu misericordia me limpia.
Tu misericordia me alegra.
Tu misericordia me da vida.

¡Ven Señor Jesús!
Rompe las ataduras del pecado.
Venda mis heridas más profundas.
Carga mi cuerpo tan cansado.
Sana mi alma lastimada.

Y que restaurado por tu Amor
vaya y haga yo lo mismo con mi hermano.
Aquél que más me necesita.
Aquél que más me ha herido.
Aquél que es más temido.

Porque es deber de gratitud
crear una cadena de misericordia
tan fuerte como el Amor que Tú nos tienes
tan grande como tu paciencia
tan brillante como tu ternura.

Déjame entrar en tu Corazón
¡ábreme tu puerta!
Para que entrando descubra a todos mis hermanos
que lo son por el gran amor con que Tú nos has perdonado.

 

Del libro: Jesús a mi alma
Autor: Padre Guillermo Serra, L.C.

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