Consagración a la Divina Misericordia: Día 16

DÍA 16
EL LLAMADO A LA MISERICORDIA
Ser embajadores de Cristo: “ve y haz lo mismo”

 

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Hacemos un breve silencio para ponernos en la presencia de Dios e implorar la asistencia y luz del Espíritu Santo.

ORACIÓN DE SANTA FAUSTINA

“Oh Jesús, escondido en el Santísimo Sacramento, mi único Amor y Misericordia, te encomiendo todas las necesidades de mi alma y de mi cuerpo. Tú puedes ayudarme porque eres la Misericordia misma; en Ti pongo toda mi esperanza.”

CITA

“Acaso no soy yo tu madre? ¿No estoy aquí? No te dejes vencer por tus dolores, tristezas” nos dice. Hoy nuevamente nos vuelve a enviar; como a Juanito, hoy nuevamente nos vuelve a decir, sé mi embajador, sé mi enviado a construir tantos y nuevos santuarios, acompañar tantas vidas, consolar tantas lágrimas. Tan sólo camina por los caminos de tu vecindario, de tu comunidad, de tu parroquia como mi embajador, mi embajadora; levanta santuarios compartiendo la alegría de saber que no estamos solos, que Ella va con nosotros. Sé mi embajador, nos dice, dando de comer al hambriento, de beber al sediento, da lugar al necesitado, viste al desnudo y visita al enfermo. Socorre al que está preso, no lo dejes solo, perdona al que te lastimó, consuela al que está triste, ten paciencia con los demás y especialmente, pide y ruega a nuestro Dios. 
Papa Francisco. Homilía en la Basílica de Guadalupe, México, 13 febrero 2016.

REFLEXIÓN

Además del testimonio vivo de la misericordia que Jesús nos dio en el Evangelio, nos dio el mandato de “ir y hacer lo mismo”. Y la primera que lo hizo fue sin duda la Santísima Virgen. Qué tranquilidad saber que contamos con su compañía, intercesión y los ánimos que como buena madre, infunde en nuestro corazón. 

Ella conoce nuestra realidad, nuestras circunstancias, ve en lo profundo del corazón y con ternura y paciencia nos insta a levantarnos después de caer, a esforzarnos después de fallar, a sonreír después de llorar y nos ofrece su consuelo maternal en medio del dolor.

Con tan grande ayuda, no debemos sentirnos desamparados, no podemos cansarnos y darnos por vencidos. Siempre es posible volverlo a intentar cuando pensamos en la Santísima Virgen sonriendo complacida, ante nuestro más pequeño esfuerzo. 

María de Guadalupe, no permitas que me sienta solo. Haz que tu imagen quede grabada para siempre en mi memoria, para que pueda recordar tus ojos misericordiosos, tu sonrisa tierna y serena que me llena de paz, y la promesa de salvación que se encarna en tu vientre.

PROPÓSITO

Siguiendo el ejemplo de María, hoy me acercaré con alguna persona que yo sepa que esté pasando por una situación difícil, actuaré con la ternura, paciencia y cariño de una madre y le ofreceré mi ayuda, mi atenta escucha o mi consuelo.

ORACIÓN FINAL

Tú me abres Señor una puerta
y llenas de luz mi esperanza gastada.
Tú me cargas en tus hombros
y sostienes mi fe cansada.

Me recuerdas con ternura mis miserias
con tu mano tendida que acaricia.
Y repites a mi alma:
“Dame lo mío y toma lo tuyo.”

¿Qué es lo tuyo Señor?
¿Por qué tengo miedo de este intercambio?

Tú has venido a cargar mis miserias y sólo me pides que abra mi puerta.

Entras contento como un buen ladrón
me robas los miedos, rencores y dudas
y con tu huella profunda
me marcas dejando una estela de paz infinita.

Tu misericordia me levanta.
Tu misericordia me limpia.
Tu misericordia me alegra.
Tu misericordia me da vida.

¡Ven Señor Jesús!
Rompe las ataduras del pecado.
Venda mis heridas más profundas.
Carga mi cuerpo tan cansado.
Sana mi alma lastimada.

Y que restaurado por tu Amor
vaya y haga yo lo mismo con mi hermano.
Aquél que más me necesita.
Aquél que más me ha herido.
Aquél que es más temido.

Porque es deber de gratitud
crear una cadena de misericordia
tan fuerte como el Amor que Tú nos tienes
tan grande como tu paciencia
tan brillante como tu ternura.

Déjame entrar en tu Corazón
¡ábreme tu puerta!
Para que entrando descubra a todos mis hermanos
que lo son por el gran amor con que Tú nos has perdonado.

 

Del libro: Jesús a mi alma
Autor: Padre Guillermo Serra, L.C.

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