Via Crucis de la Virgen Dolorosa

VÍA CRUCIS DE LA VIRGEN DOLOROSA
Escrito por Madre Adela Galindo, Fundadora SCTJM

En la Pasión y Crucifixión hay dos personajes que pagaron con sus propias vidas el precio de nuestra redención: Cristo, nuestro salvador y redentor, que con su sangre preciosa lavó nuestros pecados y nos abrió la puerta del cielo. Y María, la madre dolorosa, la corredentora, que por su amor inmenso hacia Jesús, padeció la agonía de su hijo, y así, consumida de dolor, inmersa en el cáliz de la sangre redentora de su hijo, comparte plenamente el sacrificio salvífico de Jesús… ¡y todo por amor a nosotros!

El camino del Calvario no solo fue recorrido por Cristo. La vía dolorosa también la recorre María, acompañando y consolando a su hijo. Su compañía y su consuelo son silentes y escondidos; desde un rincón de la calle, Ella camina presenciando todo el dolor de su hijo. María, desde su lugar, vive la pasión de su amado hijo dándole la fuerza y la gracia de su amor.


Primera Estación: “Jesús es condenado a muerte”

Oh, Madre Dolorosa… ¿qué sintió tu corazón cuando escuchaste la sentencia de muerte que imponían a tu adorado hijo? Tú que le diste vida, que lo llevaste en tus entrañas, que lo amamantaste, que lo viste crecer, caminar, hablar… serías testigo de su muerte. ¡Qué dolor, Madre, para ti, verlo recorrer el camino pedregoso y estrecho que lo llevaría hacia su crucifixión! María, Madre del injustamente condenado, sé que hubieras querido tomar el lugar de Jesús, pero sabías que era el momento de su martirio. Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón… ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!

 

Segunda Estación: “Jesús carga con su cruz”

Oh, Madre Dolorosa… tú que has sentido el gran dolor de ver a tu hijo con una corona de espinas enterrada en su cabeza; tú que has visto su cuerpo con latigazos, sangrando, y su carne con llagas… ahora tienes que ver cómo, sin ninguna consideración, en esa piel tan herida y adolorida, le colocan una cruz. Tú, Madre, sientes en tu corazón el peso apremiante de ese madero que colocan sobre los hombros de tu amado hijo. Y tú, María, sin poder tomar su cruz, aunque eso era lo que tu corazón deseaba hacer. Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón… ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!

 

Tercera Estación: “Jesús cae por primera vez”

Oh, Madre Dolorosa… tú que viviste para cuidar a tu hijo, ¡qué duro fue para ti verlo indefenso! María, todo tu ser reaccionó y quisiste ir a recoger a Jesús, acariciarlo, mitigarle su dolor, igual que cuando niño se caía y lo limpiabas, lo curabas. Pero no podías hacerlo, debías solo orar y pedirle al Padre Celestial que le diera las fuerzas necesarias para continuar… Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón… ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!

 

Cuarta Estación: “Jesús se encuentra con su Madre”

Oh, Madre Dolorosa… tú corazón no aguanta más el deseo de darle un poco de cariño a tu hijo. Entonces te adentras entre la multitud gritando el nombre que tantas veces llamabas para que fuera a comer, a estudiar: “¡Jesús, Jesús, mi hijo…!”, y por fin logras llegar a donde está tu hijo Jesús. Tus ojos llenos de lágrimas y angustia… sus ojos llenos de dolor, de soledad, mendigando de los hombres un poco de amor… En ese momento tomaste fuerzas del amor que le tienes y con tu mirada silenciosa, pero mucho más elocuente que las palabras, le dices: “Adelante, hijo, hay un propósito para todo este dolor… la salvación de los hombres, de aquellos a quienes quieres devolverles el poder ser hijos de tu Padre Celestial. Y regresas, Madre, silenciosa a tu lugar, escondida entre la muchedumbre, guardando todo esto en tu corazón… ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!


Quinta Estación: “Simón Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz”

Oh, Madre Dolorosa… qué alivio sentiste cuando viste que un hombre iba a ayudar a tu pobre y destrozado hijo a cargar con esa cruz tan pesada. No sabes quién es ese hombre, sabes que no lo hace por amor o por compasión, pues lo están obligando a llevar la cruz de tu hijo. Lo único que sabes es que jamás olvidarás el rostro de aquel hombre que alivió el dolor de tu hijo… Por eso oras y pides a Dios que mientras carga la cruz, la sangre de Jesús, que corre por el madero, toque su corazón y le haga comprender cuánto amor se revela en esa cruz, cuánta misericordia se manifiesta en ese evento del cual él está siendo partícipe. Y tú, Madre, recordarás por siempre el rostro de aquel extraño que desde ese momento se convirtió para ti en un hijo. Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón… ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!


Sexta Estación: “Verónica limpia el rostro de Jesús”

Oh, Madre Dolorosa… has estado orando y suplicando al Padre que mueva el corazón de alguien para que generosamente corra a auxiliar a tu hijo. Deseabas que fuera una mujer, para que con su delicadeza maternal aliviara la aspereza y brusquedad que ha recibido Jesús. Y cuando ves a la Verónica acercarse a limpiar el rostro desfigurado de tu hijo, sientes que tu corazón va a estallar. Ves cómo su velo blanco y limpio se posa sobre el rostro sangriento y sudado de tu amado Jesús… Y sabes, Madre, que ante una acción tan amorosa, tu hijo va a dejar una huella de su presencia… El rostro de tu hijo, grabado en un velo blanco… así como está grabado en tu Inmaculado Corazón. Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón… ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!


Séptima Estación: “Jesús cae por segunda vez”

Oh, Madre Dolorosa… sientes que con Jesús también vas a caer… Tratas de ir a socorrerlo, pero un soldado te detuvo. Tu corazón parece que va a desfallecer; puedes imaginarte el dolor que debe sentir tu hijo Jesús al caer y volver a caer sobre las piedras, rasgándose las rodillas y abriéndosele más las llagas de los azotes. Madre, ¿qué sentías, qué deseabas…? Solo si pudieras llegar a donde estaba tu amado hijo y le dieras un poco de agua, un poco de ternura… Madre, tú querías darle todo con tal de aliviar su sufrimiento y su fatiga… Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón… ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!


Octava Estación: “Las mujeres de Jerusalén lloran por Jesús”

Oh, Madre Dolorosa… tus lágrimas han ido humedeciendo el camino tan seco y árido que recorre tu hijo; tus lágrimas de amor y sacrificio van mezclándose con la sangre de tu hijo que cae sobre la tierra. Sufres al ver la frialdad de los hombres ante un espectáculo tan doloroso, pero de pronto ves que unas mujeres lloran de compasión al ver a tu hijo tan destrozado y descubres que Jesús se detiene ante ellas… Les dice que no lloren por Él, sino que lloren más bien por ellas y por sus hijos… Quizás ellas no entendieron, Madre, pero tú sí comprendiste la profundidad de aquellas palabras de tu hijo. Sabías en tu corazón que Él las llamaba a un arrepentimiento verdadero, a que lloraran más bien por sus propios pecados. Tu amado hijo, en medio de su gran sufrimiento, seguía siendo el gran maestro de los hombres… Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón… ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!


Novena Estación: “Jesús cae por tercera vez”

Oh, Madre Dolorosa… ves cómo los soldados obligan a tu hijo a apresurar el paso para acabar con tan incómoda misión. Lo hacen caminar tan rápido, que Jesús, en su debilidad y agotamiento, tropieza y cae de nuevo. Los soldados le gritan y lo golpean para que se levante… y tú, Madre sufriente, lo único que deseas es susurrar en el oído de tu hijo aquellos cánticos de amor, aquellos versos tiernos y dulces que le cantabas por las noches cuando era un niño. Deseabas abrazarlo y ayudarlo a levantarse para que llegara a su meta final: la cruz. Ya le queda muy poco, y tu corazón está tan desgarrado de compasión por tu hijo, que lo único que deseas es que ya llegue a su descanso… Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón… ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!


Décima Estación: “Jesús es despojado de sus vestiduras”

Oh, querida Madre Dolorosa… en este momento recuerdas ese glorioso momento cuando tuviste a Jesús por primera vez en tus brazos, en medio de la pobreza del portal de Belén. Lo envolviste en pañales y lo colocaste en un pesebre. Querías que no pasara frío, que no estuviera desnudo, sino que esa ropita que le habías hecho con tanto amor cubriera su inmaculado cuerpo. Qué dolor para ti, María, ver a tu hijo despojado de su ropa… tú que viviste para cubrirlo, protegerlo y cuidarlo, hoy lo ves indefenso, desnudo… muriendo en la misma pobreza en que nació. Y de pronto ves, Madre, en el rostro de Jesús un gesto de profundo dolor, y es que al quitarle la túnica, también arrancaron pedazos de su cuerpo que se habían pegado a la tela… Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón… ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!


Undécima Estación: “Jesús es clavado en la cruz”

Oh, Madre Dolorosa… te preguntas si no es suficiente todo lo que le han hecho, pues todavía falta más… Ves cómo colocan a tu hijo en la cruz; ni siquiera podrá pasar sus últimos momentos con algún descanso. No, ahora ves cómo amarran a la cruz su cuerpo herido. Pero, Virgen Mártir, tu corazón se detuvo al oír los martillazos que atravesaban sus huesos. Sus manos y sus pies estaban completamente taladrados por esos clavos. Tú, María, recibes esos clavos como si verdaderamente te los clavaran. Quisieras decirles a los soldados que todo eso no era necesario… No tenían que usar clavos para mantener a tu hijo Jesús en la cruz, pues su amor por los hombres lo hubiera sostenido allí, en la cruz hasta la muerte… Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón… ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!


Duodécima Estación: “Jesús muere en la Cruz”

Oh, Madre Dolorosa… estás al pie de la cruz de tu hijo… firme, de pie como toda una reina. Al lado de tu hijo, ofreciéndote como sacrificio de consolación. Y ves cómo un soldado traspasa con una lanza el corazón de tu hijo… y tu corazón, María, en ese momento fue traspasado espiritualmente por la misma lanza… La unión indisoluble de tu corazón con el corazón de Jesús queda revelada para toda la eternidad. Tu corazón recibe místicamente los efectos del traspaso físico del corazón de tu Hijo. Oh, Madre, tu hijo ha muerto, y sientes el dolor, el vacío, la soledad, pero también el descanso de saber que ya el mundo con toda su hostilidad no le puede hacer más daño… Qué grande eres, María; tú, igual que tu hijo Jesús, llegaste hasta el final. Es en la cima del monte Calvario, en esa cruz donde tu hijo es elevado en su trono de rey, que te conviertes en reina. Tu reinado, María, lo alcanza tu gran amor y tu fidelidad en el dolor. Todo parece acabado… y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón… ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!


Décima tercera Estación: “Jesús es bajado de la cruz y puesto en los brazos de su Madre”

Oh, Madre Dolorosa… ahora sí puedes tener a tu hijo en tus brazos. Te parece mentira que aquel niño que tantas veces acunaste, arrullaste y estrechaste contra tu pecho, se vea en ese momento como un despojo humano. Pero lo único que te importa es tenerlo de nuevo en tus brazos maternales. Sabes que no puede sentir tus caricias ni tus besos, pero aun así lo besas y lo acaricias… con tu ternura y tu amor quieres borrarle el horror de lo que los hombres le hicieron. Madre, cómo lo estrechabas, cómo abrazabas ese cuerpo tan desfigurado… Sabías que Él había llevado sobre sí toda nuestra culpa, que con su dolor había sanado las llagas de nuestros pecados, que con su ser destrozado había devuelto la belleza a nuestras almas… Y al mirarlo inmóvil en tus brazos solo pensabas que Él vivió para amar y ahí estaba la prueba más grande de su amor. Por eso… todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón… ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!


Décima cuarta Estación: “Jesús es colocado en el sepulcro”

Oh, Madre Dolorosa… nunca dejas a tu hijo, vas con los que lo llevan a enterrar, pues quieres acompañarlo hasta su tumba. Quisieras arreglar su cuerpo, vestirlo, ponerle un manto blanco, suave y perfumado, pero nada de eso se te permite hacer. Recuerdas en ese momento los nueve meses que lo tuviste en tu vientre. Donde lo guardabas con tanto amor, cuidándolo del maltrato del mundo. Y es así como lo depositas en la tumba. Es hora de dejarlo y de cerrar la puerta del sepulcro. Qué dolor, Madre, saber que Él se queda ahí y que tú debes continuar aquí en la tierra, enfrentándote a la oscuridad, a la burla, a la indiferencia y al desprecio que aun después de muerto sigan haciéndole los hombres. María, tú caminas despacio, como si no quisieras separarte de tu hijo, pero una gran paz envuelve tu corazón traspasado de dolor… La paz y el gozo de saber que tu hijo muy pronto RESUCITARÁ.

Autora: Madre Adela Galindo, Fundadora SCTJM
Cortesía: Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María

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