¿Qué pasa dentro del Confesionario?
Muchas veces cuando hace tiempo que no nos confesamos tenemos muchas dudas, no sabemos ¿cómo se hace?, ¿qué decir?, ¿qué pasará?, ¿qué nos dirá el sacerdote?, ¿se molestará?, ¿nos regañará?, ¿nos juzgará?.
Sin embargo, es todo lo contrario. Esas ideas las pone el demonio en nuestra cabeza para tratar de impedir nuestra salvación. Si el demonio logra apartarnos del confesionario, habrá ganado la guerra; habrá ganado nuestra alma.
Dejémonos llevar por el Espíritu Santo. Oremos en la iglesia antes de hacer la fila para confesarnos. Pidámosle al Espíritu Santo que nos guíe, que nos de paz, que nos ayude. Dejémonos llevar por Su Amor. Una vez en el confesionario, encontraremos un buen equipo de asistencia: el sacerdote, el Espíritu Santo y Jesús.
Primeramente, no podemos perder de perspectiva que no es al sacerdote a donde estamos acudiendo, es a Jesús en el sacramento de la Reconciliación. Estamos acudiendo al mismo Jesús, para pedirle perdón, para decirle que le hemos ofendido, que estamos avergonzados de haberle fallado, herido, lastimado y olvidado. Esto no se trata de un sacerdote o de qué cara pondrá o de qué va a decir. Por el contrario, el primero que sabe cuán difícil es acudir a la confesión es el propio sacerdote. A veces olvidamos que ellos son humanos, cometen pecados y tienen que confesarse. Estamos todos en el mismo bote.
Cuando vamos a confesarnos sentimos mucha vergüenza. Pero, ¿sabes, qué? Eso es bueno, de eso se trata, de que nos avergoncemos de lo que hemos hecho. Dios no quiere que pequemos, sobre todo, no quiere que pequemos porque le amamos. Pero a veces, el mero hecho de saber que tenemos que confesarnos es un aliciente para no volver a pecar. Por eso, ¡que bueno que nos de vergüenza!, pues nos avergonzamos cuando sabemos que hemos hecho algo mal, algo que ofende a Dios, que nos daña o que daña a nuestros hermanos.
Cuando acudimos al sacramento de la Reconciliación le entregamos todos nuestros pecados a Jesús. Dejamos allí toda nuestra basura. Abrimos nuestro corazón y nuestra alma para que Jesús con su Sangre Preciosa nos limpie, nos purifique, nos sane y nos de fortaleza para perseverar y no volver a pecar.
Lamentablemente nuestra voluntad es débil, muy probablemente volveremos a caer, pero con esta fortaleza caeremos cada vez menos, o cada vez nos levantaremos más rápido.
Debemos hacer de ésto un hábito, una costumbre en nuestra vida. En la medida en que más acudamos a confesarnos, menos difícil será hacerlo. Es una especie de entrenamiento, como cuando entrenamos para un maratón. Al principio nos duele hasta el pelo; pero, poco a poco vamos perdiendo el temor, sintiendo confianza y haciéndolo mejor. De igual manera ocurre con la confesión, cada vez será mas fácil; y lo que es mejor aún, cada vez saldremos más limpios, liberados, purificados, sanados y fortalecidos.
No perdamos la oportunidad de confesarnos lo antes posible. Si pudiéramos ver, con nuestros ojos humanos, lo que realmente ocurre en el confesionario; si pudiéramos ver a Jesús con sus brazos abiertos llenos de Amor y Misericordia, correríamos a Él lo antes posible.
Te invito a leer el próximo artículo: ¿Qué es el Pecado?