NOVENA A MARÍA, REINA DE LA PAZ: DÍA 3
En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
ORACIÓN INICIAL
Ven, Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz. Ven, Padre de los pobres, Ven, dador de los dones, Ven, luz de los corazones. Consolador magnífico, dulce huésped del alma, suave alivio. Descanso en la fatiga, brisa en el ardiente estío, consuelo en el llanto. ¡Oh, luz santísima, llena lo más íntimo de los corazones de tus fieles! Sin tu ayuda nada hay en el hombre, nada que sea bueno. Lava lo que está sucio, riega lo que está seco, sana lo que está enfermo. Doblega lo que está rígido, calienta lo que está frío, endereza lo que está desviado.
Concede a tus fieles que en Ti confían, Tus sagrados dones. Dales el premio de la virtud, dales el puerto de la salvación, dales la felicidad eterna. Amén. Aleluya, Aleluya.
V. Envía Tu Espíritu Señor y será una nueva creación.
R. Y renovarás la faz de la tierra.
Oremos: Oh Dios, que has instruido los corazones de tus fieles con la luz de tu Espíritu Santo, concédenos por este mismo Espíritu, gozar siempre de su consuelo. Por Cristo Nuestro Señor. Amén
MEDITACIONES
La Virgen ha dicho que el mensaje más importante que trae a la humanidad es la conversión. Todo lo demás se resume en esto. Y la conversión era el centro de la predicación de Jesús: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; conviértanse y crean en la Buena Noticia” (Mc 1,15). María nos quiere introducir, entonces, en el Reino de su Hijo, y quiere que éste llegue a todos por la conversión.
Si el corazón del hombre no cambia, no abandona el pecado y vuelve a Dios, difícilmente se podrá salvar. Todos, para María, estamos igualmente urgidos a la conversión. Ha dicho: “hay muchos creyentes que viven como verdaderos paganos; su nombre sólo aparece en los archivos parroquiales y no viven de acuerdo al cristianismo”. Para convertirse “hay que empezar a orar y tener una firme voluntad”. Exhorta: “Conviértanse antes de que sea demasiado tarde, entreguen sus corazones a Dios”. “Ustedes no saben lo que Dios enviará al mundo si no se convierten”. “Este tiempo mientras estoy con ustedes es el periodo de gracia y conversión”. Tengamos presente, que la conversión es un proceso que abarca toda la vida y todas las dimensiones del ser humano. El hombre sólo terminará de convertirse cuando Dios lo llame a su presencia. La vida cristiana es toda conversión; conversión frente a las huestes del maligno, el mundo y la carne. Quien salga victorioso de la batalla “heredará la corona que no se marchita” (1 Cor 9,25).
María está con nosotros para ayudarnos a cambiar de vida. Si desaprovechamos esta extraordinaria gracia, podríamos salir perjudicados. Ella quiere que su Hijo triunfe en medio de las tinieblas y de tantos desaciertos de la humanidad. Los tiempos presentes urgen una verdadera renovación de la fe que comienza con la conversión del corazón.
¿Qué pasos se deben dar para vivir continuamente la conversión?
El Primero: el reconocimiento del pecado. Quien no reconoce el pecado no podrá convenirse. Muchos piensan que están bien con Dios, y sin embargo, viven en pecado. En realidad, la conversión es una gracia: reconocer y pedir perdón por las faltas que a diario se cometen.
El Segundo: el arrepentimiento con el dolor por haber ofendido a Dios y al prójimo.
El Tercero: la reconciliación con Dios, particularmente por medio del sacramento de la Confesión.
El Cuarto: la satisfacción. Muchos pecados causan daño al prójimo, y es preciso, hacer lo posible para repararlos; pero además, el pecado hiere y debilita al pecador mismo, así como sus relaciones con Dios y con el prójimo. Enseña el Catecismo de la Iglesia Católica que: «la absolución quita el pecado, pero no remedia todos los desórdenes que el pecado causó. Liberado del pecado, el pecador debe todavía recobrar la plena salud espiritual. Por tanto, debe hacer algo más para reparar sus pecados: debe “satisfacer” de manera apropiada o “expiar sus pecados”». CIC 149.
MENSAJE DE LA VIRGEN
(25 DE FEBRERO DE 1996)
“¡Queridos hijos!:
Hoy los invito a la conversión: Este es el mensaje más importante que yo los doy aquí. Hijos míos, deseo que cada uno de ustedes sea portador de mis mensajes. Los invito, hijos míos, a vivir los mensajes que les he dado durante todos estos años. Este tiempo es tiempo de gracia, especialmente ahora que la Iglesia los invita a la oración y a la conversión. También yo los invito, hijos míos, a vivir los mensajes que les he dado en todas las ocasiones en las que aparezco aquí. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!»
PRECES
Oremos al Señor, que en María ha empezado el buen trabajo de la santificación de los hombres, y pidámosle que lo haga progresar hasta el día de la manifestación de su Hijo, Jesucristo, nuestro Señor:
- Para que el Señor, que quiso prefigurar y culminar en María la plenitud de la gracia, conceda a todos los miembros de la Iglesia ser reflejo de la hermosura inmaculada de la Madre de Jesucristo. Roguemos al Señor.
- Para que el Espíritu Santo, que engendró en las entrañas de María al Verbo eterno del Padre, impregne al mundo con su fuerza y haga nacer en todos los hombres un vivo deseo de la venida del Reino de Dios. Roguemos al Señor.
- Para que quienes se han alejado del camino del bien, con la intercesión de María, refugio de pecadores, se conviertan de sus malos pasos y obtengan el perdón de sus culpas. Roguemos al Señor.
-
Para que todos nosotros, fija nuestra mirada en María, nos preparemos como Ella a recibir a Jesucristo y nos dispongamos a dar testimonio de fe y de amor. Roguemos al Señor.
ORACIÓN
Señor Dios nuestro, que has hecho resplandecer la aurora de la salvación en la Concepción Inmaculada de Santa María Virgen, escucha nuestra oración y haz fecunda la acción santificadora de la Iglesia, para que todos los hombres, una vez alcanzado el perdón de sus pecados, sean regenerados en tu amor. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
ORACIÓN AL FINAL DE LA NOVENA DE CADA DÍA SEGÚN INDICACIÓN DE LA VIRGEN
EL MAGNÍFICAT
Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí, su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y su descendencia por siempre.
Gloria al Padre. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.