Juan Pablo II – Don y Misterio

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El 1 de noviembre de 1996, cuando el Papa Juan Pablo II celebró sus bodas de oro sacerdotales, publicó el libro “Don y misterio”, en el que nos confiesa cuál ha sido el secreto, el hilo conductor, que ha dado sentido a la historia de su vida. En esta obra, el Papa trata de penetrar más allá de los acontecimientos y de las personas para “escrutar el misterio que desde hace cincuenta años le acompaña y le envuelve”: el sacerdocio.

Ante todo, Juan Pablo II resume su vocación con estas palabras:

“¿Cuál es la historia de mi vocación sacerdotal? La conoce, sobre todo, Dios. En su dimensión más profunda, toda vocación sacerdotal es un gran misterio, es un don que supera infinitamente al hombre. Cada uno de nosotros sacerdotes lo experimenta claramente durante toda la vida. Ante la grandeza de este don sentimos cuán indignos somos de ello”.

La vocación sacerdotal es un misterio. Misterio por su origen que es la elección divina; misterio por su entraña que consiste en un “intercambio maravilloso” entre Dios y el hombre; y misterio por la misión de anunciar la Palabra.

Permanece vivo en mi recuerdo el encuentro gozoso que, por iniciativa de la Congregación para el Clero, tuvo lugar en el Vaticano en el otoño del pasado año (27 de octubre de 1995), para celebrar el trigésimo aniversario del Decreto conciliar Presbyterorum Ordinis. En el ambiente festivo de aquella asamblea diversos sacerdotes hablaron de su vocación, y también yo ofrecí mi propio testimonio. Me pareció hermoso y fructífero que, entre sacerdotes, ante el pueblo de Dios, se ofreciera este servicio de edificación recíproca.

Las palabras que pronuncié en aquella circunstancia tuvieron un eco may grande. A raíz de ello, desde varias partes se me pidió con insistencia que volviera a tratar, de un modo más amplio, el tema de mi vocación, con ocasión del Jubileo sacerdotal.

Confieso que la propuesta, al principio, suscitó en mí alguna resistencia comprensible. Pero después me sentí como obligado a aceptar la invitación, viendo en ello un aspecto del servicio propio del ministerio petrino. Movido por algunas preguntas del Dr. Gian Franco Svidercoschi que han hecho de hilo conductor, me he dejado llevar con libertad por la ola de recuerdos, sin ninguna pretensión estrictamente documental.

Todo lo que digo aquí, más allá de los acontecimientos históricos, pertenece a mis raíces más profundas, a mi experiencia más íntima. Lo recuerdo ante todo para dar gracias al Señor: “Misericordias Domini in aetemum cantabo!” Lo ofrezco a los sacerdotes y al pueblo de Dios como testimonio de amor.

 

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