Imitación de Cristo – Tomás de Kempis – Libro

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Prólogo de Fray Luis de Granada

Tres cosas hay, amado lector, que notablemente aprovechan al ánima que desea salvarse. Una es la Palabra de Dios: otra es la continua oración: otra es el recibir muchas veces el precioso Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo. Estas tres cosas leemos haber sido muy usadas en el principio de la iglesia cristiana, y por eso fue tan próspera en Dios: y así lo será en todo tiempo cualquiera ánima que éstas tres cosas usare, con las cuales se hará una tan fuerte atadura de ella con Dios, que ni demonio, ni carne, ni mundo sepan, ni puedan romperla. Y si es razón que sea muy estimado aquello que nos ayuda a alcanzar una sola cosa de estas tres, pues cada una de por sí es tan alta y tan preciosa;  ¿qué te parece, en cuánta estima debemos tener lo que nos acarrea todas estas tres cosas? Mucho ha hecho un predicador o un libro, cuando ha hablado o inducido a cualquier cosas de estas: y así es verdad.

Mas ruégote, por amor de Dios, que sepas mirar y estimar este presente libro, y verás en tí mismo cuán de verdad ha obrado Dios en tí, mediante estas palabras, no una de estas tres cosas, mas todas juntas; y no como quiera, mas muy apuradamente. Y dígolo así, porque aunque muchos libros hay que nos enseñan a obrar, orar y comulgar; mas mucha diferencia va, como dicen, de Pedro a Pedro, y de libro a libro. Cierto no es pequeña obra saber encaminar en el camino de Dios, para que el que camina no caiga en barrancos. Ni es arte pequeña el saber hablar con Dios en la oración, ni cosa liviana el saberse aparejar para bien recibir el Cuerpo de Cristo. Y todo esto hallarás tan abundosamente en esta mesa, tan pobre en pompa de palabras, y tan rica y harta en las sentencias, que cierto yo tengo muy creído que tú me reprehendas después de leído, de corto, por no haber sabido alabar este libro como merece ser alabado. Y dirás con el rey David: así como lo oímos, así lo vimos; y aún con la reina de Sabá, cuando decía: mayor es tu hecho que tu fama. Prueba, toca, gusta, y verás la gran eficacia de aquestas palabras, y comerás un maná que te sepa muy bien a todo lo que hubieres gana, como el otro hacía: lo cual significaba, como Orígenes dice, la virtud que tiene la palabra de Dios, que a quien de buena gana la recibe, obra en él lo que ha menester.

Pues ten una cosa por averiguada, que si te llegar a este libro con alguna atención y gana de aprovechar, hallarás remedio para tu necesidad. De manera, que muchas veces dirás: este capítulo que ahora abrí, al propósito de lo que yo había menester ha hablado. Aquí, si fueres soberbio, hallarás palabras que te humillen. Si demasiadamente desconfías, y tienes las alas del corazón, como dicen, caídas, aquí hallarás mucho esfuerzo. Si eres descontentadizo y congojoso, lleno de voluntad propia, madre de toda maldad y de todo trabajo, aquí te enseñará a poner todas tus cosas en Dios, y vivir en un santo descuido debajo de la confianza de aquel Señor que todo lo provee. Y si has sido descuidado, y caes en otro extremo, que es no poner diligencia en las cosas que conviene, aquí hallarás aguijones con que eches de tí aquel falso sosiego. O si estás alegre demasiadamente, como muchas veces suele acaecer, lee aquí, y templarás tu alegría; y si triste, como las más veces acaece, irás consolado de aquí. ¿Qué te diré, sino que verás y sentirás aquí la grandeza de Dios, que mediante unas pocas palabras da a entender como es todo en todas las cosas?.  Todo lo cual remito a tí mismo, si leerlo quisieres, creyendo muy cierto que no me tacharás de vano alabador, viendo tú mismo en tí la misma verdad y provecho.

Y porque tal fuente como ésta, que agua tan clara echa de sí para hacer tanto fruto, estaba tan turbia y casi llena de cieno, por no estar el romance tan claro y tan propio, ni tan conforme al latín como fuera razón; fui movido con zelo de esta perla preciosa, que tan obscurecida estaba, y por eso tan poco gozada, de sacarla de nuevo, cotejándola con el latín, en el cual el primer autor la escribió; y quité lo que en el libro hasta aquí usado no había estado conforme al latín. Declaré lo obscuro, para que en ninguna cosa tropieces. Quité lo supérfluo, añadí lo falto. Y así con la gracia del Señor trabajé para presentarte este espejo en que tu ́ te mires, cuan limpio y claro yo supe; y de darte este camino, en que andes, el más llano que yo pude.

Y aun porque lo traigas siempre contigo do quiera que fueres, se imprimió pequeño, como lo ves; para que así como no es pesado en lo de dentro, no lo sea en lo de fuera, y tengas un compañero fiel, un consuelo en tus trabajos, un maestro en tus dudas, un arte para orar al Señor, una regla para vivir, una confianza para morir, uno que te diga de tí lo que tú mismo no alcanzas, y en que veas quién es el Señor, que tal poder dio a los hombres que tales palabras hablasen. Recibe pues este amigo, y nunca de tí le apartes. Y después de leído tórnalo a leer; porque nunca envejece, y siempre en unas mismas palabras entenderás cosas nuevas, y verás algún rastro del Espíritu del Señor, que nunca se agota. Y goza a tu placer y con buena voluntad de esta dádiva que el Señor por su infinita bondad quiso darte, y con la cual yo te quise servir en aclarártelo más que antes estaba. Y por lo uno y por lo otro da gracias al Señor, y sábete aprovechar de ello con el aparejo que las mercedes de Dios deben ser recibidas, o a lo menos recíbelo con el amor que yo te le ofrezco. Y aunque no hemos de mirar tanto el autor que habla, cuanto lo que habla, es bien que sepas que quien hizo este libro no es Gerson, como hasta aquí se intitulaba, mas sí Fr. Tomás de Kempis, canónigo reglar de S. Agustín. El cual comienza así en el nombre de Jesucristo nuestro Señor.

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