PRIMER CUARTO DE HORA
La tristeza de Jesús
Mi alma siente angustias mortales. —No hay dolor como aquel que con verdad puede compararse al dolor de la muerte. Pues bien: nuestro Salvador, que es Verdad infalible, para darnos a conocer lo excesivo del dolor que comenzó a oprimirle desde su llegada al Huerto de Getsemaní, nos dice que su alma es presa de tristeza mortal, esto es, que el dolor que sufre es tan intenso, que podría causarle la muerte. Dicho esto, penetra en el Huerto de los Olivos hasta el lugar donde solía pernoctar en oración y exhorta a sus fieles discípulos, que había conducido hasta allí para que fuesen testigos de sus penas, a velar y orar con Él. Después, alejándose de ellos como un tiro de piedra, se arrodilla delante de la majestad del Padre, para dar principio a la oración más dolorosa y generosa que jamás se haya hecho sobre la tierra.
El primer motivo de la tristeza de Jesús en Getsemaní fué el horrendo cúmulo de ultrajes y oprobios que muy pronto caerían sobre Él cual tempestuosas olas de un mar agitado por la tormenta. En efecto: apenas se hubo separado de sus amados discípulos, se presentaron a su mente todas las terribles escenas de dolor y de sangre que debían realizarse en su Pasión. Traiciones, deshoras, burlas, calumnias…, y después aquella horrible flagelación que hará saltar en pedazos su carne lacerada y dejará sus huesos al descubierto.
Pero esto no basta. ¡Su sagrada cabeza será traspasada de multitud de lacerantes espinas, que no le dejarán descanso hasta la muerte. Será abofeteado, escupido y burlado…
Ni aun esto basta. Deberá sufrir la infamia de una sentencia injusta y verse aborrecido de los príncipes de su nación y del populacho.
Moribundo, a consecuencia de los tormentos sufridos, ha de subir la montaña del sacrificio con la cruz sobre sus hombros lacerados, y caer muchas veces, casi sin vida, bajo su enorme peso. Beberá la amarguísima hiel…, será desnudado a vista de una multitud insolente…, será clavado de pies y manos…, permanecerá tres horas pendientes de tres clavos, suspendidos entre el cielo y la tierra, para expiar, en un abismo de penas, las iniquidades del género humano.
Tampoco esto basta. A tan atroces padecimientos deberá agregarse la amargura de los escarnios y burlas más hirientes…; después la ardentísima sed, avivada por el amargo brebaje…, el abandono del Padre…, el inmenso dolor de su afligidísima Madre…, la muerte horrible y desolada…
Alma redimida con la Sangre de Jesús, contempla a tu Salvador sumergido en un mar de dolores…, y todo esto por su amor a ti, para salvarte, para merecerte el Cielo…
Oprimido de tanta angustia, Jesús se acerca a los discípulos, a quienes había aconsejado velar y orar con Él, ¡pero los encuentra dormidos!…
¡Para el corazón de Jesús no hay una palabra de consuelo ni un sentimiento de compasión!…
En su penosísimo abandono, Jesús vuelve hacia ti, alma piadosa, su mirada moribunda, buscando en tu corazón algún afecto alguna compasión o gratitud. ¿Y no tendrás una palabra para consolarle? ¿Qué no hubieras hecho si realmente te hallaras a su lado en la triste noche de su penosísima agonía?
¡Ay! Abre tu alma, y haz ahora lo que hubieras hecho entonces, que igualmente será grato a su corazón, pues que Jesús acepta siempre reconocido las expresiones de afecto que brotan del pecho de sus amantes hijos. (Pausa)
AFECTOS
Padre Santo, que habéis amado al mundo hasta el exceso de sacrificar a vuestro Hijo amado, en nombre de todos los redimidos os doy gracias por vuestra infinita caridad, y os ofrezco la suma santidad y todos los méritos de vuestro Hijo unigénito.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Padre Santo, que para librarnos de la eterna perdición habéis acumulado sobre la adorable persona de vuestro unigénito Hijo la carga execrable de nuestras maldades: yo os ofrezco la agonía de Jesús en Getsemaní, suplicándoos me concedáis gozar eternamente los frutos de su Pasión.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Padre Santo, que para reconciliar con vuestra Majestad ofendida a la humanidad culpable habéis sometido a los rigores de vuestra inexorable justicia al Hijo inocente, que tomó sobro sí la pena merecida por nuestras culpas: yo os ofrezco la amorosa sumisión de Jesús en Getsemaní, suplicándoos concedáis la conversión y la salvación a todos los pecadores.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
¡Cuál se nubla el sol divino!
¡Cuál se entristece Jesús!
¡Cómo por mí llora, oh cielos,
el Padre de toda luz!
Ve que su pena y congoja
inútiles han de ser
para los que van mal buscando,
ciegos, querrán perecer.
Esta vista horrenda y triste,
que le aflige sin cesar,
el corazón le traspasa
y sangre le hace llorar.