Consagración a la Divina Misericordia: Día 7

DÍA 7
FUNDAMENTO
Humildad para acoger la Misericordia

 

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Hacemos un breve silencio para ponernos en la presencia de Dios e implorar la asistencia y luz del Espíritu Santo.

ORACIÓN DE SANTA FAUSTINA

“Oh Jesús, escondido en el Santísimo Sacramento, mi único Amor y Misericordia, te encomiendo todas las necesidades de mi alma y de mi cuerpo. Tú puedes ayudarme porque eres la Misericordia misma; en Ti pongo toda mi esperanza.”

CITA

“A Dios, en cierto sentido, le gustan las carencias en tanto que le dan a Él la ocasión de mostrar su misericordia, y a nosotros la de volvernos humildes y entender y compartir las carencias del prójimo”.
San Francisco de Sales

REFLEXIÓN

¡Qué necesaria es la humildad! Es un requisito indispensable para la salvación. Debemos entender que no son nuestros méritos los que nos alcanzarán el cielo, sino la misericordia divina. Absolutamente todas las cosas buenas que podamos hacer, decir o pensar, son obra del Espíritu Santo que por pura gracia de Dios habita en nuestra alma. 

Se nos pide “ser perfectos como el Padre es perfecto” pero no para alimentar nuestra vanidad o para merecernos un premio, sino porque al centro de esa perfección está el amor, de manera que lo que se nos pide es amar, ser “misericordiosos como el Padre”.

Cuando descubrimos que este camino no es fácil, que somos pequeños, que resbalamos y caemos con frecuencia; entonces aprendemos a ser dóciles y a esperar todo de Dios. Nuestra fragilidad es el punto de encuentro con la omnipotencia misericordiosa del Señor. 

Padre mío, permíteme recordar siempre que es en mi debilidad “donde se manifiesta tu fuerza” (2Cor 12,19). Contágiame tu amor para que al ser consciente de mis carencias, me sea más fácil aceptar y entender las carencias de mis hermanos, y pueda salir a su encuentro para brindarles un mensaje de esperanza basada en tu misericordia.

PROPÓSITO

Cuando surja en mí la idea de quejarme o criticar las carencias de otros, haré un alto y en su lugar, pensaré en algún atributo que tengan y de ser posible, se los haré saber.

ORACIÓN FINAL

Tú me abres Señor una puerta
y llenas de luz mi esperanza gastada.
Tú me cargas en tus hombros
y sostienes mi fe cansada.

Me recuerdas con ternura mis miserias
con tu mano tendida que acaricia.
Y repites a mi alma:
“Dame lo mío y toma lo tuyo.”

¿Qué es lo tuyo Señor?
¿Por qué tengo miedo de este intercambio?

Tú has venido a cargar mis miserias y sólo me pides que abra mi puerta.

Entras contento como un buen ladrón
me robas los miedos, rencores y dudas
y con tu huella profunda
me marcas dejando una estela de paz infinita.

Tu misericordia me levanta.
Tu misericordia me limpia.
Tu misericordia me alegra.
Tu misericordia me da vida.

¡Ven Señor Jesús!
Rompe las ataduras del pecado.
Venda mis heridas más profundas.
Carga mi cuerpo tan cansado.
Sana mi alma lastimada.

Y que restaurado por tu Amor
vaya y haga yo lo mismo con mi hermano.
Aquél que más me necesita.
Aquél que más me ha herido.
Aquél que es más temido.

Porque es deber de gratitud
crear una cadena de misericordia
tan fuerte como el Amor que Tú nos tienes
tan grande como tu paciencia
tan brillante como tu ternura.

Déjame entrar en tu Corazón
¡ábreme tu puerta!
Para que entrando descubra a todos mis hermanos
que lo son por el gran amor con que Tú nos has perdonado.

 

Del libro: Jesús a mi alma
Autor: Padre Guillermo Serra, L.C.

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