Consagración a la Divina Misericordia: Día 5

DÍA 5
FUNDAMENTO
Llamados a vivir la Misericordia

 

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Hacemos un breve silencio para ponernos en la presencia de Dios e implorar la asistencia y luz del Espíritu Santo.

ORACIÓN DE SANTA FAUSTINA

“Oh Jesús, escondido en el Santísimo Sacramento, mi único Amor y Misericordia, te encomiendo todas las necesidades de mi alma y de mi cuerpo. Tú puedes ayudarme porque eres la Misericordia misma; en Ti pongo toda mi esperanza.”

CITA

“Jesús afirma que la misericordia no es solo el obrar del Padre, sino el criterio para saber quiénes son realmente sus hijos. Estamos llamados a vivir de misericordia, porque a nosotros en primer lugar se nos ha aplicado misericordia. El perdón de las ofensas es un imperativo del que no podemos prescindir.”
Papa Francisco. Misericordiae Vultus

REFLEXIÓN

El Evangelio nos invita a ser misericordiosos como el Padre; y aunque nunca podamos siquiera acercarnos a ello, debemos intentar dar un poco de lo mucho que hemos recibido.

Cuando somos conscientes de nuestra miseria y pedimos perdón, Dios nos lo concede sin hacernos preguntas, sin exigirnos nada a cambio más que un arrepentimiento sincero. Y nosotros… ¿somos capaces de hacer lo mismo? 

Lo natural sería que tratáramos a los demás como hemos sido tratados por Dios. Con compasión, paciencia y mucho amor. Pero en la práctica, esto parece no ser tan sencillo. 

Señor, dame un corazón como el tuyo, que sepa perdonar y amar sin esperar nada a cambio. Permíteme que movido por la gratitud de la misericordia que has tenido conmigo, busque imitarte en el trato a cada uno de mis hermanos.

PROPÓSITO

Hoy rezaré pausadamente la segunda parte del Padre Nuestro, poniendo especial atención a la frase: Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Recordaré la consigna espontánea del Papa Francisco fuera de la Nunciatura en México: “Hay que rezar por los que me quieren y por los que no.”

ORACIÓN FINAL

Tú me abres Señor una puerta
y llenas de luz mi esperanza gastada.
Tú me cargas en tus hombros
y sostienes mi fe cansada.

Me recuerdas con ternura mis miserias
con tu mano tendida que acaricia.
Y repites a mi alma:
“Dame lo mío y toma lo tuyo.”

¿Qué es lo tuyo Señor?
¿Por qué tengo miedo de este intercambio?

Tú has venido a cargar mis miserias y sólo me pides que abra mi puerta.

Entras contento como un buen ladrón
me robas los miedos, rencores y dudas
y con tu huella profunda
me marcas dejando una estela de paz infinita.

Tu misericordia me levanta.
Tu misericordia me limpia.
Tu misericordia me alegra.
Tu misericordia me da vida.

¡Ven Señor Jesús!
Rompe las ataduras del pecado.
Venda mis heridas más profundas.
Carga mi cuerpo tan cansado.
Sana mi alma lastimada.

Y que restaurado por tu Amor
vaya y haga yo lo mismo con mi hermano.
Aquél que más me necesita.
Aquél que más me ha herido.
Aquél que es más temido.

Porque es deber de gratitud
crear una cadena de misericordia
tan fuerte como el Amor que Tú nos tienes
tan grande como tu paciencia
tan brillante como tu ternura.

Déjame entrar en tu Corazón
¡ábreme tu puerta!
Para que entrando descubra a todos mis hermanos
que lo son por el gran amor con que Tú nos has perdonado.

 

Del libro: Jesús a mi alma
Autor: Padre Guillermo Serra, L.C.

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