DÍA 33
MARÍA Y LA MISERICORDIA
Vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
Hacemos un breve silencio para ponernos en la presencia de Dios e implorar la asistencia y luz del Espíritu Santo.
ORACIÓN DE SANTA FAUSTINA
“Oh Jesús, escondido en el Santísimo Sacramento, mi único Amor y Misericordia, te encomiendo todas las necesidades de mi alma y de mi cuerpo. Tú puedes ayudarme porque eres la Misericordia misma; en Ti pongo toda mi esperanza.”
CITA
“En la cruz María atestigua que la misericordia del Hijo de Dios no conoce límites, y alcanza a todos sin excluir ninguno. Dirijamos a ella la antigua y siempre nueva oración del Salve Regina, para que nunca se canse de volver a nosotros sus ojos misericordiosos, y nos haga dignos de contemplar el rostro de la misericordia; su Hijo Jesús.
Papa Francisco. Misericordiae Vultus
REFLEXIÓN
María de pie junto a la cruz; el dolor jamás la hizo doblarse o apartar su mirada de su Hijo, como si con sus ojos pudiera acariciarlo, consolarlo y sostenerlo. Ella, firme y dócil como Jesús en el cumplimiento de la voluntad de Dios. Su “Sí”, renovado día a día desde la Encarnación, nunca dolió tanto. Pero ella, siempre llena del Espíritu Santo, sabía que la salvación del género humano residía en su Hijo clavado en la cruz. La intuición femenina de María, y el rechazo de todo un pueblo que ahora era responsable de la crucifixión de su Hijo, deben haberle hecho pensar si en verdad valía la pena; si nosotros valíamos el derramamiento de sangre de su Hijo Santo. Pero ella no dudó ni por un segundo, en aceptar el sacrificio que ofrecía Jesús y en ser corredentora nuestra.
Madre mía, ¡qué buena eres! Te doy las gracias por haber aceptado ser el canal de la gracia con la que Dios planeó nuestra salvación. Tu vida estuvo marcada por el olvido de ti misma y el abandono confiado a la voluntad del Señor. El dolor te hizo su presa y la espada atravesó tu alma. ¡Como quisiera acompañarte en tu sufrimiento! Quisiera sostenerte en esos momentos de oscuridad, enjugar tus lágrimas y pedirte perdón por lo que tengo de culpa en la muerte de tu Hijo. Pero sé, que dibujarías una sonrisa en tu rostro; y llena de paz, haciendo gala de tu misericordia, me dirías que te conformas con que ame mucho a Jesús, y que con humildad acepte el Cielo que me quiere regalar. ¡Eso es lo que hace que todo haya valido la pena!
PROPÓSITO
Al meditar en las situaciones difíciles o dolorosas de mi vida, pediré a María su ayuda para poder imitar su: “Sí, hágase” con confianza infinita en Dios y su amor misericordioso.
ORACIÓN FINAL
Tú me abres Señor una puerta
y llenas de luz mi esperanza gastada.
Tú me cargas en tus hombros
y sostienes mi fe cansada.
Me recuerdas con ternura mis miserias
con tu mano tendida que acaricia.
Y repites a mi alma:
“Dame lo mío y toma lo tuyo.”
¿Qué es lo tuyo Señor?
¿Por qué tengo miedo de este intercambio?
Tú has venido a cargar mis miserias y sólo me pides que abra mi puerta.
Entras contento como un buen ladrón
me robas los miedos, rencores y dudas
y con tu huella profunda
me marcas dejando una estela de paz infinita.
Tu misericordia me levanta.
Tu misericordia me limpia.
Tu misericordia me alegra.
Tu misericordia me da vida.
¡Ven Señor Jesús!
Rompe las ataduras del pecado.
Venda mis heridas más profundas.
Carga mi cuerpo tan cansado.
Sana mi alma lastimada.
Y que restaurado por tu Amor
vaya y haga yo lo mismo con mi hermano.
Aquél que más me necesita.
Aquél que más me ha herido.
Aquél que es más temido.
Porque es deber de gratitud
crear una cadena de misericordia
tan fuerte como el Amor que Tú nos tienes
tan grande como tu paciencia
tan brillante como tu ternura.
Déjame entrar en tu Corazón
¡ábreme tu puerta!
Para que entrando descubra a todos mis hermanos
que lo son por el gran amor con que Tú nos has perdonado.
Del libro: Jesús a mi alma
Autor: Padre Guillermo Serra, L.C.
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