DÍA 28
LAS OBRAS DE MISERICORDIA
Mi único mérito Señor, es tu misericordia
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
Hacemos un breve silencio para ponernos en la presencia de Dios e implorar la asistencia y luz del Espíritu Santo.
ORACIÓN DE SANTA FAUSTINA
“Oh Jesús, escondido en el Santísimo Sacramento, mi único Amor y Misericordia, te encomiendo todas las necesidades de mi alma y de mi cuerpo. Tú puedes ayudarme porque eres la Misericordia misma; en Ti pongo toda mi esperanza.”
CITA
“Cada vez que cruzo la puerta de una cárcel pienso: “¿por qué ellos y no yo? Sus caídas hubieran podido ser las mías.””
Papa Francisco. El nombre de Dios es Misericordia
REFLEXIÓN
¿Qué hice yo para merecer todo lo que tengo? ¿En qué méritos te basaste para obsequiarme el don de la fe? ¿Gracias a qué tuve la oportunidad de educarme y formarme para saber distinguir entre el bien y el mal? ¿Con qué obras me gané vivir en circunstancias favorables que no me orillaran a infringir la ley? Las respuestas a estas preguntas son: nada y ningunos. Todo ha sido don tuyo, todo lo he recibido en forma gratuita, sin merecerlo.
Y si soy honesto, me cuestionaré ¿qué hubiera hecho o cómo hubiera actuado de encontrarme en las circunstancias de un preso? ¿Me atrevería a decir que hubiera salido victorioso frente al mal?
Una madre no se cansa de esperar, no pierde la esperanza en sus hijos y nunca deja de rezar para que vuelvan al buen camino. María, enséñame a imitar tu corazón compasivo, paciente y perseverante en la oración; para que nunca deje de pedir por los que están presos injustamente, por la conversión de los pecadores y por un sistema de justicia que promueva su verdadera rehabilitación.
PROPÓSITO
Pensaré en las características que más me irritan de los más próximos a mí (padres, esposo, esposa, hijos, hermanos) y me propondré por un día no mencionarlos, ni quejarme de ellos. Renovarlo cada día, como muestra de la obra de misericordia que nos urge a soportar con paciencia, los defectos de los demás.
ORACIÓN FINAL
Tú me abres Señor una puerta
y llenas de luz mi esperanza gastada.
Tú me cargas en tus hombros
y sostienes mi fe cansada.
Me recuerdas con ternura mis miserias
con tu mano tendida que acaricia.
Y repites a mi alma:
“Dame lo mío y toma lo tuyo.”
¿Qué es lo tuyo Señor?
¿Por qué tengo miedo de este intercambio?
Tú has venido a cargar mis miserias y sólo me pides que abra mi puerta.
Entras contento como un buen ladrón
me robas los miedos, rencores y dudas
y con tu huella profunda
me marcas dejando una estela de paz infinita.
Tu misericordia me levanta.
Tu misericordia me limpia.
Tu misericordia me alegra.
Tu misericordia me da vida.
¡Ven Señor Jesús!
Rompe las ataduras del pecado.
Venda mis heridas más profundas.
Carga mi cuerpo tan cansado.
Sana mi alma lastimada.
Y que restaurado por tu Amor
vaya y haga yo lo mismo con mi hermano.
Aquél que más me necesita.
Aquél que más me ha herido.
Aquél que es más temido.
Porque es deber de gratitud
crear una cadena de misericordia
tan fuerte como el Amor que Tú nos tienes
tan grande como tu paciencia
tan brillante como tu ternura.
Déjame entrar en tu Corazón
¡ábreme tu puerta!
Para que entrando descubra a todos mis hermanos
que lo son por el gran amor con que Tú nos has perdonado.
Del libro: Jesús a mi alma
Autor: Padre Guillermo Serra, L.C.
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