Consagración a la Divina Misericordia: Día 23

DÍA 23
EL PERDÓN
Mis heridas son puertas para que entre Dios

 

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Hacemos un breve silencio para ponernos en la presencia de Dios e implorar la asistencia y luz del Espíritu Santo.

ORACIÓN DE SANTA FAUSTINA

“Oh Jesús, escondido en el Santísimo Sacramento, mi único Amor y Misericordia, te encomiendo todas las necesidades de mi alma y de mi cuerpo. Tú puedes ayudarme porque eres la Misericordia misma; en Ti pongo toda mi esperanza.”

CITA

“El corazón hecho pedazos es la ofrenda más apreciada por Dios. Señal de que somos conscientes de nuestro pecado, de nuestra miseria, de nuestra necesidad de perdón y misericordia.”
Papa Francisco. El nombre de Dios es Misericordia 

REFLEXIÓN

La cruz en nuestra vida siempre es una oportunidad para avanzar en el camino espiritual. Podemos unir nuestro dolor al de Cristo Crucificado y ofrecerlo por las almas. A pesar de que nuestro sufrimiento nunca será comparable al que padeció Jesús; a través de él, podemos entender mejor lo que Él pagó por nuestro rescate. Pero existe todavía un efecto más, de inmenso valor, que el dolor arroja en nuestras vidas, y es el de hacer la experiencia del amor y el consuelo divino. Nuestras heridas pueden servir de puerta para que Dios entre en nuestro corazón; y desde ahí las sane. 

San Agustín dice que para purificar el corazón, primero debemos romperlo en mil pedazos para poder extraer lo impuro. Experimentar la fractura de nuestro corazón no es fácil; pero es una gracia inmensa y si Dios lo permite en nuestra vida, debemos interpretarlo como un voto de confianza hacia nosotros, para crecer en amistad con Él. 

Jesús, ayúdame a encontrarte en cada uno de los sufrimientos de mi vida. Permíteme padecer contigo y que mis lágrimas ante el dolor, sean un bálsamo para tus heridas. Dame la fe que me hace falta para aprovechar esta oportunidad de acercarme a Ti uniendo mi sacrificio al tuyo para “completar lo que hace falta a tu Pasión” y colaborar en la redención. En tu omnipotencia, permite que el dolor purifique mi corazón y elimine todo egoísmo, rencor, culpa y soberbia; para que sea libre de amarte cada día más y mejor en tu gloria y en cada uno de mis hermanos.

PROPÓSITO

Frente a Cristo Crucificado, ofreceré aquello que más me duele, la herida que sangra y me causa tanto sufrimiento. Ofreceré mis lágrimas como bálsamo para las heridas de Jesús, le prestaré mi hombro para cargar su cruz y uniendo mi dolor al de Él, le daré un sentido de redención.

ORACIÓN FINAL

Tú me abres Señor una puerta
y llenas de luz mi esperanza gastada.
Tú me cargas en tus hombros
y sostienes mi fe cansada.

Me recuerdas con ternura mis miserias
con tu mano tendida que acaricia.
Y repites a mi alma:
“Dame lo mío y toma lo tuyo.”

¿Qué es lo tuyo Señor?
¿Por qué tengo miedo de este intercambio?

Tú has venido a cargar mis miserias y sólo me pides que abra mi puerta.

Entras contento como un buen ladrón
me robas los miedos, rencores y dudas
y con tu huella profunda
me marcas dejando una estela de paz infinita.

Tu misericordia me levanta.
Tu misericordia me limpia.
Tu misericordia me alegra.
Tu misericordia me da vida.

¡Ven Señor Jesús!
Rompe las ataduras del pecado.
Venda mis heridas más profundas.
Carga mi cuerpo tan cansado.
Sana mi alma lastimada.

Y que restaurado por tu Amor
vaya y haga yo lo mismo con mi hermano.
Aquél que más me necesita.
Aquél que más me ha herido.
Aquél que es más temido.

Porque es deber de gratitud
crear una cadena de misericordia
tan fuerte como el Amor que Tú nos tienes
tan grande como tu paciencia
tan brillante como tu ternura.

Déjame entrar en tu Corazón
¡ábreme tu puerta!
Para que entrando descubra a todos mis hermanos
que lo son por el gran amor con que Tú nos has perdonado.

 

Del libro: Jesús a mi alma
Autor: Padre Guillermo Serra, L.C.

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