Consagración a la Divina Misericordia: Día 22

DÍA 22
EL PERDÓN
Dios no se cansa de perdonarnos

 

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Hacemos un breve silencio para ponernos en la presencia de Dios e implorar la asistencia y luz del Espíritu Santo.

ORACIÓN DE SANTA FAUSTINA

“Oh Jesús, escondido en el Santísimo Sacramento, mi único Amor y Misericordia, te encomiendo todas las necesidades de mi alma y de mi cuerpo. Tú puedes ayudarme porque eres la Misericordia misma; en Ti pongo toda mi esperanza.”

CITA

“El Señor no se cansa jamás de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de pedirle perdón.”
Papa Francisco. El nombre de Dios es Misericordia 

REFLEXIÓN

Muchas veces he pensado que no tengo remedio, que nunca triunfaré sobre mis defectos dominantes; hasta el punto de estar tentado a abandonar la lucha. Ese desánimo puede ser la fuente de mi cansancio para pedir nuevamente perdón a Dios. Y es una falta grave pues en el fondo lo que existe es desconfianza en la omnipotencia divina, ¿acaso no creo que “nada es imposible para Dios”? 

Padre mío, ¡cuánta necesidad tengo cada día de renovar mi fe! Necesito repetirme todos los días que Tú eres Todopoderoso, que Cristo puede hacer nuevas todas las cosas, incluido mi corazón que te ama pero no sabe amarte como quisiera; que anhela servirte, pero se cansa al descubrirse tan frágil. Abre mis ojos a todos los signos que hay frente a mí y demuestran tu omnipotencia. Renueva mi esperanza en tu paciencia y misericordia cada día de mi vida.

PROPÓSITO

Hoy abriré los ojos a los muchos milagros que suceden frente a mí, y daré gracias a Dios. El levantarme por la mañana, la salud mía y de los que quiero, los problemas que me angustiaban y que se han resuelto; las buenas noticias de las que me entero… Tomar cada uno de ellos como una razón para mi esperanza y mi confianza en la Providencia divina.

ORACIÓN FINAL

Tú me abres Señor una puerta
y llenas de luz mi esperanza gastada.
Tú me cargas en tus hombros
y sostienes mi fe cansada.

Me recuerdas con ternura mis miserias
con tu mano tendida que acaricia.
Y repites a mi alma:
“Dame lo mío y toma lo tuyo.”

¿Qué es lo tuyo Señor?
¿Por qué tengo miedo de este intercambio?

Tú has venido a cargar mis miserias y sólo me pides que abra mi puerta.

Entras contento como un buen ladrón
me robas los miedos, rencores y dudas
y con tu huella profunda
me marcas dejando una estela de paz infinita.

Tu misericordia me levanta.
Tu misericordia me limpia.
Tu misericordia me alegra.
Tu misericordia me da vida.

¡Ven Señor Jesús!
Rompe las ataduras del pecado.
Venda mis heridas más profundas.
Carga mi cuerpo tan cansado.
Sana mi alma lastimada.

Y que restaurado por tu Amor
vaya y haga yo lo mismo con mi hermano.
Aquél que más me necesita.
Aquél que más me ha herido.
Aquél que es más temido.

Porque es deber de gratitud
crear una cadena de misericordia
tan fuerte como el Amor que Tú nos tienes
tan grande como tu paciencia
tan brillante como tu ternura.

Déjame entrar en tu Corazón
¡ábreme tu puerta!
Para que entrando descubra a todos mis hermanos
que lo son por el gran amor con que Tú nos has perdonado.

 

Del libro: Jesús a mi alma
Autor: Padre Guillermo Serra, L.C.

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