DÍA 20
EL PERDÓN
Dios me perdona y yo también debo perdonarme
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
Hacemos un breve silencio para ponernos en la presencia de Dios e implorar la asistencia y luz del Espíritu Santo.
ORACIÓN DE SANTA FAUSTINA
“Oh Jesús, escondido en el Santísimo Sacramento, mi único Amor y Misericordia, te encomiendo todas las necesidades de mi alma y de mi cuerpo. Tú puedes ayudarme porque eres la Misericordia misma; en Ti pongo toda mi esperanza.”
CITA
Amnesia: Dios sufre esta enfermedad de pérdida de memoria. No recuerda ya nuestros pecados. Ojalá, nosotros recordemos más su misericordia que nuestros pecados. Su perdón es profundo y total. Si Él nos perdona, ¿quién soy yo para no perdonarme o para preocuparme de algo que Él ya no recuerda?
Padre Guillermo Serra, L.C. Sal de tu Cielo. Cap. II, Núm. 11
REFLEXIÓN
Olvidar no es fácil. El demonio siempre trae a nuestra memoria el recuerdo del mal que nos han hecho, o el que nosotros hemos obrado. Su único fin es tentarnos con el rencor o el desaliento. No hay pecado que Dios no pueda perdonar y lo que es más, los olvida para siempre arrojándolos “al fondo del mar”. Pero la salvación, hay que aprender a aceptarla y a recibirla con humildad. El recuerdo constante de nuestros pecados no nos ayuda a mantenernos en pie de lucha. Creernos indignos de la redención no es humildad; sino un obstáculo para poderla abrazar.
Dios mío, enséñame a olvidar como Tú. Déjame aprender a perdonarme a mí mismo; para poder así, refugiarme en tu misericordia con la seguridad de que no recuerdas cada una de las ocasiones en las que te he ofendido. Para Ti, después de cada confesión, comienzo un camino nuevo de amistad e intimidad contigo. Permíteme creerlo, para que lleno de entusiasmo, me esfuerce en amarte cada día más.
PROPÓSITO
Pensaré en el error que más lamento, aquél que recuerdo una y otra vez y que por sus consecuencias me es difícil olvidar. Necesito perdonarme a mí mismo. Si no lo he confesado, acudiré a la confesión; si es posible, repararé el daño; y lo pondré como ofrenda durante la misa en el altar, con el firme propósito de olvidarlo para dejar sanar mi herida por Cristo.
ORACIÓN FINAL
Tú me abres Señor una puerta
y llenas de luz mi esperanza gastada.
Tú me cargas en tus hombros
y sostienes mi fe cansada.
Me recuerdas con ternura mis miserias
con tu mano tendida que acaricia.
Y repites a mi alma:
“Dame lo mío y toma lo tuyo.”
¿Qué es lo tuyo Señor?
¿Por qué tengo miedo de este intercambio?
Tú has venido a cargar mis miserias y sólo me pides que abra mi puerta.
Entras contento como un buen ladrón
me robas los miedos, rencores y dudas
y con tu huella profunda
me marcas dejando una estela de paz infinita.
Tu misericordia me levanta.
Tu misericordia me limpia.
Tu misericordia me alegra.
Tu misericordia me da vida.
¡Ven Señor Jesús!
Rompe las ataduras del pecado.
Venda mis heridas más profundas.
Carga mi cuerpo tan cansado.
Sana mi alma lastimada.
Y que restaurado por tu Amor
vaya y haga yo lo mismo con mi hermano.
Aquél que más me necesita.
Aquél que más me ha herido.
Aquél que es más temido.
Porque es deber de gratitud
crear una cadena de misericordia
tan fuerte como el Amor que Tú nos tienes
tan grande como tu paciencia
tan brillante como tu ternura.
Déjame entrar en tu Corazón
¡ábreme tu puerta!
Para que entrando descubra a todos mis hermanos
que lo son por el gran amor con que Tú nos has perdonado.
Del libro: Jesús a mi alma
Autor: Padre Guillermo Serra, L.C.
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