Consagración a la Divina Misericordia: Día 15

DÍA 15
EL LLAMADO A LA MISERICORDIA
Dios siempre me espera con ternura en la confesión

 

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Hacemos un breve silencio para ponernos en la presencia de Dios e implorar la asistencia y luz del Espíritu Santo.

ORACIÓN DE SANTA FAUSTINA

“Oh Jesús, escondido en el Santísimo Sacramento, mi único Amor y Misericordia, te encomiendo todas las necesidades de mi alma y de mi cuerpo. Tú puedes ayudarme porque eres la Misericordia misma; en Ti pongo toda mi esperanza.”

CITA

Cuando la misericordia del Padre se recibe con frecuencia, a través de la confesión, el creyente se ve impulsado a ser él también misericordioso.
Catecismo de la Iglesia Católica Núm. 1458

REFLEXIÓN

A veces siento pena cuando acudo a confesarme, pues me doy cuenta que muchos de mis pecados son recurrentes, los que más me cuesta combatir. Tal vez, hay un poco de vanidad en esa vergüenza de descubrirme tan limitado; pero también hay un dolor real por hacer lo que Dios no quiere, a pesar de que le amo. Y en cada ocasión, el Sacramento de la Reconciliación me confirma que Dios no pierde la paciencia, con toda la ternura de un Padre me espera para darme su perdón y su abrazo de amor incondicional. 

Señor, hay personas que me han decepcionado u ofendido, otras me han herido profundamente, quizá sólo en una ocasión; pero me cuesta mucho perdonar. Es muy difícil para mí dejar ir el rencor o incluso el secreto deseo de venganza. Te pido que en esos momentos, me ayudes a recordar todas las ocasiones en las que Tú me has perdonado gratuitamente. En cada una de ellas, me he sentido indigno de merecer tanto amor y te lo agradezco con la respuesta de Pedro: “Señor, Tú bien sabes que te amo”. Permite que en el nombre de ese amor, yo pueda también perdonar de corazón.

PROPÓSITO

Recordaré mis últimas confesiones, no para volver sobre mis heridas, sino sólo para confirmar la infinita misericordia de Dios. Al percatarme de su gratuidad, buscaré en mi corazón el impulso a hacer lo mismo con alguien que me haya ofendido; haciendo el compromiso con Dios de perdonarle.

ORACIÓN FINAL

Tú me abres Señor una puerta
y llenas de luz mi esperanza gastada.
Tú me cargas en tus hombros
y sostienes mi fe cansada.

Me recuerdas con ternura mis miserias
con tu mano tendida que acaricia.
Y repites a mi alma:
“Dame lo mío y toma lo tuyo.”

¿Qué es lo tuyo Señor?
¿Por qué tengo miedo de este intercambio?

Tú has venido a cargar mis miserias y sólo me pides que abra mi puerta.

Entras contento como un buen ladrón
me robas los miedos, rencores y dudas
y con tu huella profunda
me marcas dejando una estela de paz infinita.

Tu misericordia me levanta.
Tu misericordia me limpia.
Tu misericordia me alegra.
Tu misericordia me da vida.

¡Ven Señor Jesús!
Rompe las ataduras del pecado.
Venda mis heridas más profundas.
Carga mi cuerpo tan cansado.
Sana mi alma lastimada.

Y que restaurado por tu Amor
vaya y haga yo lo mismo con mi hermano.
Aquél que más me necesita.
Aquél que más me ha herido.
Aquél que es más temido.

Porque es deber de gratitud
crear una cadena de misericordia
tan fuerte como el Amor que Tú nos tienes
tan grande como tu paciencia
tan brillante como tu ternura.

Déjame entrar en tu Corazón
¡ábreme tu puerta!
Para que entrando descubra a todos mis hermanos
que lo son por el gran amor con que Tú nos has perdonado.

 

Del libro: Jesús a mi alma
Autor: Padre Guillermo Serra, L.C.

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