DÍA 12
SÚPLICA DE MISERICORDIA
Jesús murió por nuestros pecados
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén
Hacemos un breve silencio para ponernos en la presencia de Dios e implorar la asistencia y luz del Espíritu Santo.
ORACIÓN DE SANTA FAUSTINA
“Oh Jesús, escondido en el Santísimo Sacramento, mi único Amor y Misericordia, te encomiendo todas las necesidades de mi alma y de mi cuerpo. Tú puedes ayudarme porque eres la Misericordia misma; en Ti pongo toda mi esperanza.”
CITA
Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado.
Salmo 50
REFLEXIÓN
El amor de Dios es tan grande que aceptó como pago por nuestra deuda el ofrecimiento de la vida de su Hijo. Él siendo Dios, por amor al Padre y a nosotros, aceptó encarnarse para asumir nuestra naturaleza humana y así ser en todo igual a nosotros, menos en el pecado.
Una sola gota de su sangre hubiera bastado para lavar los pecados de toda la humanidad. Pero la Pasión de Cristo fue como un manantial que derramó salvación poco a poco desde su aprehensión, flagelación, coronación de espinas, su camino al Calvario y crucifixión; hasta dar la última gota de su sangre cuando su costado fue traspasado, triunfando así de una vez y para siempre sobre el pecado y sobre la muerte.
Nos acostumbramos a ver a Cristo en la Cruz, y perdemos la dimensión de lo que significa que nuestro Dios haya padecido por nosotros. Al ver el crucifijo estático, olvidamos el intenso dolor que Jesús soportó por 6 horas desde que fue clavado hasta que expiró. Todo por mí, por mi salvación. Con amor infinito para que “no se pierda ninguno de los que me diste” (Jn 6,39).
Jesús, dame la gracia de poder contemplar tu Pasión, con ojos siempre abiertos al asombro del amor infinito que hay detrás de todo tu sufrimiento. No permitas que olvide lo que te ha costado mi salvación.
PROPÓSITO
Hoy contemplaré a Cristo en la cruz. Delante de un crucifijo, me quedaré en silencio, sin articular o pensar en palabras; simplemente meditaré en su Pasión. Miraré con detenimiento sus heridas durante unos momentos, pensando que Él soportó esa tortura por 6 horas. Escucharé cómo desde ahí me dice: “Te amo, lo volvería a hacer sólo por ti”. Y mi única respuesta será: “Gracias Señor, aquí estoy, yo también te amo”.
ORACIÓN FINAL
Tú me abres Señor una puerta
y llenas de luz mi esperanza gastada.
Tú me cargas en tus hombros
y sostienes mi fe cansada.
Me recuerdas con ternura mis miserias
con tu mano tendida que acaricia.
Y repites a mi alma:
“Dame lo mío y toma lo tuyo.”
¿Qué es lo tuyo Señor?
¿Por qué tengo miedo de este intercambio?
Tú has venido a cargar mis miserias y sólo me pides que abra mi puerta.
Entras contento como un buen ladrón
me robas los miedos, rencores y dudas
y con tu huella profunda
me marcas dejando una estela de paz infinita.
Tu misericordia me levanta.
Tu misericordia me limpia.
Tu misericordia me alegra.
Tu misericordia me da vida.
¡Ven Señor Jesús!
Rompe las ataduras del pecado.
Venda mis heridas más profundas.
Carga mi cuerpo tan cansado.
Sana mi alma lastimada.
Y que restaurado por tu Amor
vaya y haga yo lo mismo con mi hermano.
Aquél que más me necesita.
Aquél que más me ha herido.
Aquél que es más temido.
Porque es deber de gratitud
crear una cadena de misericordia
tan fuerte como el Amor que Tú nos tienes
tan grande como tu paciencia
tan brillante como tu ternura.
Déjame entrar en tu Corazón
¡ábreme tu puerta!
Para que entrando descubra a todos mis hermanos
que lo son por el gran amor con que Tú nos has perdonado.
Del libro: Jesús a mi alma
Autor: Padre Guillermo Serra, L.C.
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