Consagración a la Divina Misericordia: Día 11

DÍA 11
SÚPLICA DE MISERICORDIA
Dios quiere que confiemos

 

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

Hacemos un breve silencio para ponernos en la presencia de Dios e implorar la asistencia y luz del Espíritu Santo.

ORACIÓN DE SANTA FAUSTINA

“Oh Jesús, escondido en el Santísimo Sacramento, mi único Amor y Misericordia, te encomiendo todas las necesidades de mi alma y de mi cuerpo. Tú puedes ayudarme porque eres la Misericordia misma; en Ti pongo toda mi esperanza.”

CITA

Yo te invoco porque Tú me respondes Dios mío; inclina el oído y escucha mis palabras. Muestra las maravillas de tu misericordia, Tú que salvas de los adversarios a quien se refugia a tu derecha.
Salmo 16 

REFLEXIÓN

En los momentos más oscuros de la vida, cuando todos parecen haberse ido, dejándonos solos a manos de nuestros enemigos, en medio de nuestro dolor y nuestras dificultades; cuando el miedo se apodera de nuestros sentidos y nos hace dudar de la fidelidad y bondad de Dios, lo único que hace falta es un simple acto de fe. 

Dios no deja de escucharnos, pero espera que lo llamemos; no nos abandona, pero quiere que confiemos en Él. Como dice San Pablo, no permitirá que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas y debemos tener la certeza de que todo, aun lo que no entendemos y lo que nos duele, “colabora para el bien”. 

Espíritu Santo, ayúdame a cuidar tu templo en mi corazón para que nunca me falte tu asistencia. Especialmente te imploro que ante la prueba, nunca me falte tu luz para clamar a Dios con la seguridad de que seré escuchado. Dame sabiduría, para saber aceptar todo lo que la Providencia permita en mi vida, con la certeza de ser amado infinitamente.

PROPÓSITO

Haré un acto de abandono confiado en el amor y la providencia de Dios. Pensaré en cada una de mis necesidades y las pondré en sus manos para dejar que Él actúe conforme a su misericordia. No me preocuparé más, y durante el día repetiré en numerosas ocasiones: “Jesús, en Ti confío”.

ORACIÓN FINAL

Tú me abres Señor una puerta
y llenas de luz mi esperanza gastada.
Tú me cargas en tus hombros
y sostienes mi fe cansada.

Me recuerdas con ternura mis miserias
con tu mano tendida que acaricia.
Y repites a mi alma:
“Dame lo mío y toma lo tuyo.”

¿Qué es lo tuyo Señor?
¿Por qué tengo miedo de este intercambio?

Tú has venido a cargar mis miserias y sólo me pides que abra mi puerta.

Entras contento como un buen ladrón
me robas los miedos, rencores y dudas
y con tu huella profunda
me marcas dejando una estela de paz infinita.

Tu misericordia me levanta.
Tu misericordia me limpia.
Tu misericordia me alegra.
Tu misericordia me da vida.

¡Ven Señor Jesús!
Rompe las ataduras del pecado.
Venda mis heridas más profundas.
Carga mi cuerpo tan cansado.
Sana mi alma lastimada.

Y que restaurado por tu Amor
vaya y haga yo lo mismo con mi hermano.
Aquél que más me necesita.
Aquél que más me ha herido.
Aquél que es más temido.

Porque es deber de gratitud
crear una cadena de misericordia
tan fuerte como el Amor que Tú nos tienes
tan grande como tu paciencia
tan brillante como tu ternura.

Déjame entrar en tu Corazón
¡ábreme tu puerta!
Para que entrando descubra a todos mis hermanos
que lo son por el gran amor con que Tú nos has perdonado.

 

Del libro: Jesús a mi alma
Autor: Padre Guillermo Serra, L.C.

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