Cartas de Padre Pío
¿Cómo podré narrar las nuevas victorias de Jesús en mi alma en estos días? Me limito a contarle lo que me sucedió el martes pasado. ¡Qué gran fuego encendido sentí en mi corazón ese día! Pero sentí también que este fuego fue encendido por una mano amiga, por una mano divinamente celosa. (…) Terminada la misa, me entretuve con Jesús dándole gracias. ¡Oh, qué suave fue el coloquio con el paraíso que tuve en aquella mañana! Fue tal que, aun intentando decirle todo, no podría conseguirlo; hubo cosas que no se puede traducir a un lenguaje humano sin que pierdan el sentido profundo y celeste. El corazón de Jesús y el mío, permítame la expresión, se fusionaron. No eran ya dos corazones que palpitaban, sino uno solo. Mi corazón había desaparecido como una gota de agua que se disuelve en el mar. Jesús era el paraíso, el rey. La alegría en mí era tan intensa y tan profunda que no me pude contener más; las lágrimas más deliciosas me llenaron el rostro. Sí, padre mío, el hombre no puede comprender que, cuando el paraíso se derrama en un corazón, este corazón afligido, exiliado, débil y mortal, no lo puede soportar sin llorar. Sí, lo repito, la alegría que llenaba mi corazón fue tal que me hizo llorar largo y tendido. Esta visita, créame, me reconfortó del todo. – Padre Pío
(Carta del 18 de abril de 1912, al P. Agostino da San Marco en Lamis, Ep. I, 272)