15 Minutos en compañía de Jesús Sacramentado

No es preciso, hijo mío, saber mucho para agradarme mucho; basta que tengas fe y me ames con fervor. Si quieres agradarme, confía en Mí. Si quieres agradarme más, confía más, si quieres agradarme inmensamente, confía inmensamente en Mí.

Háblame pues como hablarías al más íntimo de tus amigos, como hablarías a tu madre, a tu hermano.

¿Necesitas hacerme en favor de alguien una súplica cualquiera?

Dime su nombre, sea el de tus padres, el de tus hermanos o amigos, o personas encomendadas a tus cuidados. Dime en seguida qué quisieras que hiciera actualmente por ellos. Yo he prometido: «Pedid y recibiréis. Todo el que pide recibe»

Pide mucho, mucho, no vaciles en pedir. Pero pide con fe, pues Yo he dado mi palabra: «Si tenéis fe aunque sea como un grano de mostaza le podéis decir a una montaña: Quítate de ahí y lánzate al mar, y os obedecerá. Cualquier cosa que pidáis en la oración, creed que ya os ha sido concedida, y la obtendréis».

Me gustan los corazones generosos, que llegan en cierto momento a olvidarse de sí mismos, para atender a las necesidades de los demás. Así lo hizo mi Madre en Caná a favor de unos esposos en cuya fiesta se había acabado el vino. Me pidió un milagro y lo obtuvo. Así lo hizo aquella mujer cananea en el Evangelio, la cual con tantos ruegos me suplicó que sacara de su hija el demonio, y consiguió esa gracia especialísima.

Háblame pues con sencillez de los pobres a quienes quieres consolar, de los enfermos a quienes ves padecer, de los extraviados que anhelas volver al buen camino, de los amigos alejados que quisieras ver otra vez a tu lado, de los hogares desunidos para los cuales deseas paz.

Recuerda a Marta y a María cuando me suplicaron por su hermano Lázaro y obtuvieron su resurrección. Recuerda a Santa Mónica que después de rezarme durante 30 años por su hijo que era tan pecador, obtuvo que se conviertiera y llegara a ser el gran San Agustín. No olvides a Tobías y su esposa que con sus oraciones obtuvieron que les fuera enviado el Arcángel San Rafael a que defendiera a su hijo en el largo viaje, lo librara del demonio y de los demás peligros y lo devolviera sano, rico y muy feliz al lado de sus familiares.

Y para tí ¿no necesitas alguna gracia?

Dime por muchas personas una palabra siquiera, pero una palabra de amigo, palabra de corazón y fervorosa. Recuérdame que he prometido «Todo es posible para quien tiene fe. Mi Padre dará cosas buenas a quienes se las pidan. Todo lo que pidáis a mi Padre en mi nombre, os lo concederá». Hazme, si quieres, como una lista de tus necesidades, y ven y léela en mi presencia.

Recuerda el caso de mi siervo Salomón que me pidió sabiduría y le fue concedida en gran manera. No olvides a Judith, que imploró gran valor y lo consiguió. Ten presente a Jacob, que me pidió prosperidad (prometiéndome dar para obras buenas la décima parte de lo que ganara) y le concedí muy generosamente todo lo que deseaba y mucho más. Sara me rogó y le alejé el demonio que la atormentaba. Magdalena oró con fe y la libré de sus malas costumbres. Zaqueo por sus oraciones dejó su apego dañoso al dinero y se transformó en un hombre generoso. Y tú, ¿qué es lo que deseas que te conceda?

Dime francamente que sientes orgullo, amor a la sensualidad y a la pereza. Que eres egoísta, inconstante. Que descuidas tus deberes, que juzgas muy severamente a tu prójimo olvidando mi prohibición: «No juzguéis y no seréis juzgados. No condenéis y no seréis condenados»

Dime que hablas sin caridad de los demás. Que te preocupas más por el qué dirán los demás de tí, que por el «qué opinará Dios», que te dejas llevar por la tristeza y por el mal genio. Que reniegas de tu vida, de tu pobreza, de tus males, de tus oficios, del trato que recibes, olvidando lo que dice el libro Santo: «Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman»

Dime que tienes la costumbre de decir mentiras, que no dominas tu vista ni tu imaginación, que rezas poco y sin fervor, que tus confesiones son hechas casi sin dolor y propósito y que no evitas después las ocasiones de pecado y por eso vuelves a caer siempre en las mismas faltas, que tu Misa es mal atendida y que tus comuniones son hechas casi sin preparación y poca acción de gracias, que tienes pereza y miedo hacia el apostolado, que a veces pasas varios días sin leer la Biblia, y Yo te recordaré mis enseñanzas, que pueden traer una transformación total para tu vida.

Te diré de nuevo: «Dios humilla a los orgullosos, pero a los humildes los llena de gracias. Si eres descuidado en tus pequeños deberes, también lo serás en los grandes. De toda palabra dañosa que digas, tendrás que dar cuenta en el día del juicio. Dichosos los que escuchen la Palabra de Dios y la practiquen».

No te avergüences, ¡pobre alma! Hay en el Cielo tantos justos y tantos Santos de primer orden, que tuvieron los mismos defectos que tu tienes. Pero rogaron con humildad y poco a poco se vieron libres de ellos. Porque «Yo no vine a buscar a los justos sino a los pecadores» porque «Un corazón arrepentido, Dios nunca lo rechaza. El mejor regalo para Dios es un corazón arrepentido»

Ni menos vaciles en pedirme bienes espirituales y corporales: salud, memoria, simpatía, éxito en tus trabajos, negocios o estudios, entenderte bien con todas las personas. Ideas nuevas para tus empresas, amistades que te sean provechosas, buen genio, paciencia, alegría; generosidad, amor a Dios, odio al pecado, etc. Todo eso puedo darte, y lo doy, y deseo que me lo pidas en cuanto no se oponga, antes bien, favorezca y ayude a tu santificación.  Pero en todo debes siempre repetir mi oración del huerto: «Padre, no se haga mi voluntad sino la Tuya. No se haga como yo quiero, sino como quieres Tú»

Porque muchas veces lo que una persona pide no conviene para su salvación, y entonces nuestro Padre Dios le concede en cambio otros regalos que le harían mayor bien.

Hoy por hoy, ¿qué necesitas?

¿Qué puedo hacer por tu bien? Si supieras los deseos que tengo de favorecerte. Yo di de comer a cinco mil hombres con sólo cinco panes, porque vi que lo necesitaban, yo calmé la tempestad cuando los apóstoles me despertaron, yo resucité a la hija de Jairo cuando su padre me pidió que fuera a resucitarla. Tú también tendrás que repetir con el profeta: «¿Quién ha clamado a Dios y no ha sido escuchado?»

¿Tráes ahora mismo entre manos algún Proyecto?

Cuéntamelo todo minuciosamente. ¿Qué te preocupa, qué piensas, qué deseas? ¿En qué puedo ayudarte?

Ojalá recordaras siempre la frase del Salmista: «Lo que nos trae éxito no son nuestros afanes. Lo que nos trae éxitos es la bendición de Dios. Encomienda a Dios tus preocupaciones y se cumplirán tus buenos deseos»

Los israelitas deseaban ocupar la Tierra Prometida. Me suplicaron y se lo concedí. David deseaba vencer a Goliat, me rogó y lo obtuvo. Mis apóstoles deseaban que se les aumentará la fe, me imploraron esa fe y les fue otorgada con enorme generosidad. Y Tú, ¿Qué deseas que te conceda?

¿Qué puedo hacer por tus amigos?

Por tus superiores, por las personas que viven en tu casa, en tu barrio, en tu vereda, por aquellos por los cuales tendrás que dar cuenta el día del juicio. Jeremías oró por su ciudad Jerusalén y Dios la llenó de bendiciones, Daniel oraba por sus paisanos y obtuvo que se les disminuyeran muchas penas. Y tú, ¿qué me pides para tus vecinos, para tu barrio, para tu región, para tu patria?

¿Y por tus padres?

Si están muertos recuerda que «es una obra santa y buena rogar a Dios por los muertos para que descansen de sus penas»

Y si están vivos, ¿qué deseas para ellos? ¿Más paciencia en sus penas, salud? ¿Un genio agradable? ¿Entendimiento y comprensión en toda la familia?.

Los ruegos de un hijo no pueden ser desechados por quien estuvo treinta años dando ejemplo de amor filial en Nazaret.

Si tienes algún familiar que necesita un favor

Dirígeme por él o ella tus oraciones, que yo haré de tu familia un templo de amor y consuelo, y derramaré a manos llenas sobre tus familiares las gracias y auxilios que necesitan para ser felices en el tiempo y por la eternidad.

¿Y por Mí?

¿No sientes deseos de mi gloria? ¿No quisieras poder hacer algún bien a tu prójimo, a tus amigos, a quienes amas mucho, y que viven quizás olvidados de la religión o no la practican como deberían?

Dime qué cosa llama hoy particularmente tu atención, qué anhelas más vivamente, y con qué medios cuentas para conseguirlo.  ¿No quisieras que me interesase algo en tu favor? Hijo mío, soy dueño de los corazones, y dulcemente los llevo, sin perjuicio de su libertad, a donde me place.

¿Sientes acaso tristeza o mal humor?

Cuéntame, cuéntame, alma desconsolada, tus tristezas con todos sus pormenores. ¿Quién te hirió,  quién lastimó tu amor propio, quién te ha menospreciado? Dime si te sale mal tu empresa, y yo te diré las causas del mal éxito. ¿No quisieras interesarme algo en tu favor?

Acércate a mi Corazón, que tiene bálsamo eficaz para curar todas esas heridas del tuyo. Dame cuenta de todo, y acabarás en breve por decirme que, a semejanza de Mí todo lo perdonas, todo lo olvidas, porque «las penas de esta vida no son comparables con la inmensa gloria que nos espera como premio en la eternidad»

¿Sientes desvío de parte de personas que antes te quisieron bien, y ahora olvidadas se alejan de ti, sin que les hayas dado un motivo? Ruega por ellas. Mi amigo Job rezó por los que le correspondían muy ingratamente, y la bondad divina los perdonó y los volvió a su amistad.

¿Y no tienes tal vez alegría alguna qué comunicarme?

¿Por qué no me haces partícipe de ella, como buen amigo ?

Cuéntame lo que desde ayer, desde la última visita que me hiciste, ha consolado y hecho como sonreir tu corazón. Quizá has tenido agradables sorpresas, quizá han desaparecido ciertas angustias o temores por el futuro?  ¿has vencido alguna dificultad, o salido de algún trance apurado?. Obra mía es todo esto, y yo te lo he proporcionado:

Cómo me alegran los corazones agradecidos que como el leproso curado vuelven a darme las gracias; pero cómo me entristecen  esos desagradecidos que como los nueve leprosos del evangelio no vuelven a agradecer los bienes recibidos. Recuerda que «Quien agradece un beneficio obtiene que se le concedan muchos más»

Dime un «Gracias siempre con todo tu corazón, el agradecimiento trae consigo nuevos beneficios, porque al bienhechor le gusta verse correspondido.

¿Tampoco tienes Promesa alguna para hacerme?

Leo, ya lo sabes, en el fondo de tu corazón. A los hombres se les engaña fácilmente; a Dios, no. Háblame, pues, con toda sinceridad. ¿Tienes firme resolución de no exponerte ya más a aquella ocasión de pecado? ¿de privarte de aquella revista, periódico, película, programa de habladuría que hace daño a tu alma, de no leer más aquel libro que excitó tu imaginación, de no tratar más aquella persona que turbó la paz de tu alma, de guardar silencio cuando te venga la cólera? porque «Las personas imprudentes dicen lo que sienten cuando están de mal genio, pero las personas prudentes callan siempre cuando están de mal humor y saben disimular las ofensas que reciben»

¿Quieres hacer el propósito de no hablar mal de nadie, aunque creas que lo que dices es verdad?, ¿De no quejarte de lo dura que es la vida, de ofrecerme tus sufrimientos en silencio, en vez de andar renegando de tus penas, de apartar cada día un ratito para leer algo provechoso, especialmente la Biblia? Así se dirá también de Tí: «Quien escucha la Palabra de Dios y la practica, será como casa edificada sobre la roca, no fracasará».

¿Volverás a ser dulce, amable y condescendiente con las personas que te han tratado mal? ¿Tendrás de hoy en adelante un rostro alegre y una sonrisa amable, aún con aquellos que no sienten mucha simpatía por tí?

Recuerda mis palabras: «Si saludáis sólo a los que os aman, ¿qué premio tenéis?. También los malos hacen eso. Perdonad y seréis perdonados. Un rostro amable alegra los corazones de los demás»

Ahora bien, hijo mío; vuelve a tus ocupaciones habituales, al taller, a la familia, al estudio; pero no olvides los quince minutos de grata conversación que hemos tenido aquí los dos, en la soledad del santuario. Guarda, en cuanto puedas, silencio, modestia, recogimiento, resignación, caridad con el prójimo. Ama a mi Madre, que lo es también tuya, la Virgen Santísima, y vuelve otra vez mañana con el corazón más amoroso, más entregado a mi servicio. En mi Corazón encontrarás cada día nuevo amor, nuevos beneficios, nuevos consuelos.

Aquí te espero…

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